Érase una vez un rey que tenía dos hijos, sus príncipes.    Los dos príncipes eran similares en edad y, aunque se llevaban bien, eran muy competitivos entre sí mismos también.  Les gustaba jugar a las cartas, luchar y hacer muchas cosas juntos.  Pero su deporte favorito era las carreras de caballos, el deporte de los reyes.  Se cuidaban a sus caballos y siempre competían con ellos.

El rey estaba muy orgulloso de sus hijos y sabía que algún día tendría que elegir a uno para el trono de su reino.  Claro, los dos hijos amaban a su padre y querían que el siguiera viviendo, pero además Cada uno quería ser el rey.  Siempre competían entre ellos para ganar la aprobación de su padre. Cada uno quería ser el hijo elegido por su padre.

Un día el rey se enfermó y estaba en su lecho de muerte.  El sabio de la tierra le dijo al rey que tenía que decidir cual príncipe iba a heredar el reino.  Nadie sabía cuál hijo iba a elegir porque los amaba igualmente.  Pero, el rey, con sus últimos alientos, le dijo al sabio esto:

“Mis dos hijos deben tener una carrera de caballos.  En esta carrera, el caballo que termine la carrera en último lugar, su dueño será el próximo rey de mi reino.”

Bueno, después de enterrar al rey muerto, de una manera respetuosa, los dos hijos montaron sus caballos y estaban listos en la línea de salida.   El sabio les dio la señal para comenzar la carrera.  Pero, los hijos no salieron.  No se movieron para nada.  Claro, los dos querían llegar en segundo lugar entonces no querían salir.

Entonces se quedaron delante de la línea de salida por horas.  Luego el sabio les dijo tres palabras.  Solo tres.  Y luego los dos hijos salieron tan rápido como pudieron.  Corrieron hasta la línea de meta.  Después de escuchar lo que dijo el sabio querían ganar la carrera.

¿Sabes cuáles eran las tres palabras?  Si corriges mi escrito, te daré la respuesta.

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