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Creo que el amor es como la vida. Es un proceso que crece, madura y mejora con el tiempo y edad. 

Cuando somos niños amamos a nuestras madres incondicionalmente y ciegamente. Pensamos que son superhéroes todopoderosos e infalibles.

Durante la adolescencia nos damos cuenta que son defectuosos. Al principio estamos muy decepcionados porque la imagen perfecta de ellos ha estado aplastada. Es una buena cosa ya que los niños deben aprender que sus padres son humanos y no existe un manual de instrucciones para ser padres. Esta es preparación para cuando los niños empiecen a sus vidas con familias y piensan que van a arreglar todos los errores de los padres.

Durante la adolescencia no es sorprendente que algunos estudiantes desarrollen amor idealizado con un profe. Los chicos traen una manzana brillante para ganarse a la profe mientras las chicas escribirán sus nombres casados como si fueran una pareja en su diario. Las chicas son más sutiles y mantienen este amor secreto con tal de que sus amigas más cercanas no traicionen su confianza. Pero, cuál es el propósito de un secreto si no lo comparte, ¿no?

Cuando estamos en el cole o la Universidad estamos seguros que hemos descubierto todas las complejidades del amor. Con esta actitud presumida estamos más vulnerables a cometer errores.  Así que, nos enamoramos profunda y ciegamente con nuestro presunto amor eterno.

¡BOOOOM! La naturaleza caprichosa no va a permitir un final feliz tan pronto. Hay una gran ruptura en el reino del amor. 

Con edad, conocimiento y gran fortuna nos sanamos y con precaución y humildad dale otra oportunidad. Con los ojos, el corazón y la mente completamente abiertos tiramos los dados de nuevo en busca de amor eterno y mutuo. Ojalá pudiera darte una receta o instrucciones detalladas para tener éxito en busca del amor, pero entonces te perderías la alegría y emoción de tu propio viaje.

el fin  

 

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