El soldado apuntó el jeep en la dirección del vacío negro y avanzó despacio. Al entrar, las hojas de la selva cerraron detrás del jeep tragándolos en la oscuridad. Fue casi imposible ver donde iba y por eso tenía que manejar lento mientras las hojas y ramas de selva abofeteaba y arrastraba a lo largo de su vehículo. Después de manejar 15 minutos el hombre se sentía más seguro, nadie podía seguirlos en este lugar, pero luego se dio cuenta de que no tenía ni idea a donde iban. “¿Dónde vamos? le preguntó a la chica. La chica le explicó que iban a seguir en este sendero hasta que llegaran a un campamento de su abuelo que estaba al borde de la selva cerca de una cordillera de montañas, donde podían quedarse y donde estarían seguros. Su voz sonó extrañamente calma y clara, el sodado aceptó su explicación sin decir nada.
El soldado necesitaba tiempo para pensar y la idea de estar en un lugar seguro lo hizo relajarse un poco. Por el momento podía enforcarse en manejar el jeep por este sendero rudimentario y lleno de plantas. Revisó el nivel de gasolina del jeep por primera vez, un poco más de tres cuartos del tanque le quedaban. Bueno, le parecía que iban a ir en esta dirección hasta que se les acabara gasolina y luego iban a caminar. Quería poner tanta distancia como podía entre él y los guerrilleros. Los dos se quedaron silenciosos mientras el jeep los rebotaba arriba, abajo y de lado al lado. Después de horas de conducción el soldado podía sentir que estaban yendo cuesta arriba y que el aire, que podía sentir desde la cabina abierta del jeep, se estaba volviendo un poco más ligero y fresco. Subieron y subieron por horas, poco a poco las hojas de la selva estaban abofeteando contra el jeep menos. El soldado se puso un poco nervioso porque la selva estaba abriendo, exponiéndolos al cielo desnudo.
Revisó la gasolina otra vez, el indicador decía vacío. No le importaba que se les fuera a acabar gasolina, cuando no sabes a dónde vas, no es muy importante. De hecho, tener el jeep, la propiedad de los guerrilleros, lo ponía nervioso. En ese momento las plantas estaban cambiando, desde follaje frondoso, denso y suculento hasta pinos y otras plantas secas, duras y espinosas. Pero el cambio más grande para él fue la amplia expansión del cielo de azul intenso. En la selva podía ver lunares aquí y allá, con rayos delgados del sol ondeando por las pequeñas aperturas en lo que de lo contrario era una manta completa de verde oscuro. Pero ahora el cielo parecía más grande que nunca y el sol era una bola de amarillo brillante con rayos extendiendo a todos los lugares. El soldado se sentía expuesto.
“Dejemos el jeep aquí” la chica le ordenó, “Podemos esconderlo aquí.” Le sonó bien al soldado que pensó mejor guardar un poco de gasolina entonces frenó el jeep y se bajó. Habían llegado en este otro mundo y finalmente podía respirar y estirar las piernas, aunque todavía estaba aprensivo. Estiró sus brazos arriba en el aire y respiró profundamente para despertar su cuerpo. Miró atrás a la selva, que podía ver de esta altura fácilmente. Era una alfombra de verde por millas en todas las direcciones. Les rodeaba. Estaba feliz dejar atrás este lugar sofocante y lleno de insectos. Luego miró a su alrededor, la chica ya había sacado un cargo de víveres y ya se había puesto a caminar a lo largo de un sendero poco visible. Era el atardecer y la chica estaba caminando decididamente hasta el sol justo arriba del horizonte. Sólo podía ver su silueta, delgada pero fuerte y quizá un poco más alta de lo que creía. Tomó un trago grande de agua, sacó los víveres que quedaron en el jeep y la siguió.
Una vez vio la cabaña se relajó. Era pequeña, sólo de un cuarto, y no estaba en buena condición, pero no había dormido bajo un techo en semanas y cualquier cabaña se hubiera visto bien en ese momento. Al entrar la chica puso lo que estaba llevando sobre la cubierta y el soldado la siguió. La cabaña tenía un piso de madera, una chimenea de piedra y un techo que parecía que nunca prevendría que agua entrara. Una mesa rudimentaria estaba en el centro acompañada por dos sillas y en una esquina había un catre de hierro. Todo estaba lleno de polvo, telarañas y excremento de animales pequeños. Ella empezó a trabajar, el soldado salió para ver lo que estaba afuera. La cabaña estaba en el medio de un grupo de pinos y al otro lado de los pinos había un arroyo del tamaño mediano. Decidió recorrer el área.
En su primer paso se dio cuenta de que estaba confiando en la chica, que simplemente aceptó lo que ella decía. Se estremeció. Podría haber sido una trampa y se hubiera enamorado de su truco. Por favor, sólo era una campesina, ¿Cómo podía ser un truco? Se río de él, era un pensamiento tonto. Fue directamente al arroyo. Encontró un charco arremolinándose que parecía acogedor. Se le acercó y notó que el agua era completamente clara, que podía ver cada guijarro en el fondo. Se quitó su ropa y entró en él. El agua estaba glacial y el soldado apenas podía aguantar el frio, pero se quedó tanto como pudo. Sintió que su piel se apretó en un intento protegerse de congelarse. Sumergió la cabeza y cerró los ojos bajo la corriente refrescante. Trató de limpiarse, pero sabía que necesitaría más de 5 minutos en un arroyo para estar completamente limpio. Esperó que el agua fría parara la picazón interminable de los cientos de piquetes que tenía de los insectos de la selva. Salió del arroyo y después de vestirse recorrió el área. Escaneaba todo para evidencia de guerrilleros, pero no vio nada, sólo notó la inmensidad de la selva. Parecía que trataba de escalar la montaña para envolverla y sofocarla, pero no podía. Una fuerza invisible lo previno. El soldado se preguntaba porque la línea entre selva y las montañas era tan delgada y bien definida. ¿Qué hacía la diferencia? ¿Por qué no había un área gris, un área donde había un poco de selva entre un poco de pinos? Claro, la selva quería tomar todo y luchaba hasta el último centímetro. Se volvió oscuro y decidió volver.
Al llegar a la cabaña, vio que la chica había preparado un plato de frijoles y tortillas. “Esto es tu comida, y duermes allí,” ella apuntó a un colchón sobre el piso en la esquina al otro lado del catre. “Voy a bañarme en el arroyo, quédate dentro.” Mientras ella salía, notó que ella tenía jabón. Engulló sus frijoles y tortillas y luego una sensación de sueño le superó. Luchó hasta su colchón y se acostó. Inmediatamente se durmió, sin darse cuenta de que estaba completamente exhausto.
Se despertó el próximo día lentamente al ruido que la chica estaba haciendo mientras limpiaba la cabaña. Estuvo completamente inconsciente toda la noche. Tuvo un sueño de que estaba flotando sobre su espalda en el mar bajo el sol, subiendo y bajando con cada ola suave, sentía como si no tuviera una preocupación, no fuera a ahogarse ni necesitara alcanzar la orilla. Se quedó con un sentimiento agradable, pero se le olvidó rápidamente, puso sus pies en el piso y se sentó, todavía llevando su ropa. Miró a la chica que estaba fregando las paredes y el piso de la cabaña. Quizá ella era mayor de lo que pensaba, quizá tenía veinte años, sólo cinco años menos que él. Sin mirarlo la chica le dijo que su comida estaba sobre la mesa. El soldado estaba hambriento, se levantó, agarró su tortilla y un puno de pollo y los tragó. Se quedó de pie al lado de la mesa. “Tengo que irme a Asunción,” el soldado declaró. “Estás a 250 kilómetros de Asunción, estás en Argentina” la chica respondió abruptamente sin dejar de limpiar, “El pueblo más cerca es Los Pastos, es a 100 kilómetros de aquí.” Ella salió de la cabaña sin decir más. Bueno el soldado se dio cuenta de que necesitaba un plan y se sentó para pensar. La idea de caminar 100 kilómetros por la selva no era atractiva. La chica siguió con sus tareas y luego salió de la cabaña sin una palabra. El soldado no estaba haciendo un plan, ni siquiera sabía como terminó en este lugar sin su uniforme, sin cualquier conocimiento de donde estaban sus compañeros ni lo que iba a hacer. Decidió que más valía esperar y pensar profundamente en lo que iba a hacer. Ya estaba fuera de donde pertenecía y uno o dos días más no iba a hacer una diferencia grande.
Luego “boom”, de repente escuchó el familiar estruendo de un rifle fuera de la cabaña. Instintivamente se levantó y buscó su rifle. ¡Ahhh! ¡Había dejado todas las armas en el jeep! Ya que no había ventanas, agrietó la puerta y miró afuera. No podía ver nada. ¿Qué podía hacer sin su rifle, sólo esperar para ser asesinado? En seguida salió corriendo a toda velocidad hasta el jeep, prefería morir luchando que esperando. Encontró el jeep, pero estaba cubierto por ramas de pino y otra vegetación, casi no podía verlo. Deshizo las ramas y busco furiosamente su rifle, pero no estaba allí, ninguna de las armas estaba en el jeep. ¿¡Qué iba a hacer!? ¿Quién las había robado? Escuchó el sonido de una rama rompiéndose detrás de él e inmediatamente levantó sus brazos en un intento de rendirse antes de que lo asesinaran. ¡Que tonto era! Completamente se le olvidaron las armas y no hizo nada para protegerse. La chica probablemente ya estaba muerta. Escuchó pasos acercándole. Se congeló con sus brazos levantados y sus ojos cerrados esperando al menos un golpe severo con la culata de un rifle. “No quiero problemas, sólo soy campesino,” lloró patéticamente. Pero la persona lo pasó sin hacer nada, y siguió hasta la cabaña. Se volteó y miró, era la chica con un conejo muerto en una mano y un rifle en la otra andando casualmente hasta la cabaña. El soldado se cayó de rodillas y agradeció a Dios por todavía estar vivo y se comprometió a tener más cuidado de ese momento en adelante.
Se fue hasta la cabaña y vio que la chica estaba preparando el conejo. “¿Dónde están las armas?” le demandó a la chica. “Oh, el campesino quiere saber dónde están las armas,” la chica tenía una sonrisa casi imperceptible. “Donde están las armas” repitió el soldado con un tono que señaló que no estaba hueveando. “¿No acabas de rendirte ante mí? Creo que eres mi prisionero.” Ella le respondió, claramente disfrutando su frustración. El soldado simplemente la miró y, de hecho, tuvo un pensamiento fugaz de que esta chica puede ser un poco atractiva. Finalmente le dijo “Por favor.” La chica cedió y le dijo que todas las armas estaban en una caja de madera al lado de la cabaña y que el necesitaría las llaves para abrirla. El soldado fue para recoger su rifle.
***Tenía que recordarse que era un soldado. Sólo hace 24 horas mató a dos guerrilleros, pero sintió cómo si estuviera en otro mundo y otro tiempo en este lugar. Iba a mantener su rifle a su lado todo el tiempo. Iba a limpiarlo. Iba a recoger sus alrededores y planear su ruta de fuga. Tenía que empezar a comportarse cómo el soldado que era.
Sus tareas de soldado le tomaron el resto del día, aparentemente se despertó al medio día. Se bañó en el arroyo, esta vez con el jabón, y regresó a la cabaña, su rifle listo en su mano. Justo fuera de la cabaña los dos cerdos estaban cocinando en un espetón arriba de una fogata. Al entrar a la cabaña el olor de algo cocinando en la chimenea le asombró. “Que estás cocinado” le preguntó a la chica. “Toma tu lugar” le ordenó en respuesta. El soldado se sentó obedientemente al lado de la mesa y mientras esperaba su comida notó que una copia de “La casa de los espíritus” de Isabel Allende estaba encima de la mesa. No he leído mucho en los últimos años y este libro no le interesó mucho. Probablemente era un cuento de fantasmas.
La chica puso la olla enfrente de él y el soldado se dio cuenta de que era un guisado de conejo con ajo. Era tan rico que el soldado se comió dos tazones grandes con sus tortillas y luego se recostó en su silla. Miró a la chica que todavía se estaba comiendo más delicadamente y decidió que ella tenía más o menos su edad. “¿Cuántos años tienes?” Ella lo miró y le dije “Mañana tienes que recolectar leña y llenar el jarro con agua. También tienes que preparar el terreno, voy a sembrar maíz en el campo.” “Pues,” respondió el soldado, “no soy granjero, soy soldado.” “¿Cuál es tu nombre?” la chica casi le demandó. “Me llamo Carlos” le respondió mientras se enfocaba más en que nunca iba hacer las tareas de un campesino. “Bueno, “Carlos el soldado,” si quieres comer, tienes que trabajar.” Esta chica tiene lucha pensó y decidió que no valía la pena discutir con ella.
Cuando el soldado se despertó el día siguiente la chica ya estaba trabajando. Salió de la cabaña y fue al arroyo para refrescarse. Era una mañana bonita, decidió. El sol ya se estaba acercando medio día, el aire era fresco y dulce y se sentía vivo y despierto. Podía respirar fácilmente por primera vez en mucho tiempo. Quería recorrer el terreno más pero quizá primero recolectaría un poco de leña. Entonces empezó a recoger piezas de leña seca alrededor del arroyo y los llevaba al lado de la cabaña. Eventualmente había acumulado una pila moderadamente grande y estaba orgulloso de su contribución. La chica salió de la cabaña ocupada con sus tareas y miró a la pila y luego al soldado, “Carlos, quiero mostrarte donde quiero plantar el maíz.” Ella le dijo con un tono casi dulce. “Por favor, va a tomar meses para que esté listo” Carlos se quejó. “¿A dónde vas?” ella le respondió. Claro, Carlos no tenía respuesta y la siguió hasta un lugar donde el terreno estaba un poco más llano, aunque todavía lleno de piedra. “Necesitamos quitar las malas hierbas y la mayoría de las piedras de aquí. En esta región ya hay papas, no toques nada aquí. Las herramientas están al lado de la cabaña.” Ella estaba hablando naturalmente como si Carlos fuera a ayudarla, como si fuera otro campesino. Carlos iba a discutir, pero el día era tan bonito y tenía tanta energía que pensó que iba a darle un intento. Fue a la cabaña, inclinó su rifle contra la pared y recogió sus herramientas. Ni siquiera sabía los nombres de las herramientas menos aun sus propósitos. Bueno, no iba a darle a la chica la satisfacción de explicarle lo que eran, podía resolverlo a si mismo.
Carlos terminó trabajando toda la tarde entre turnos de baños breves en el arroyo. No sabía porque empezó a trabajar en el campo, pero estaba disfrutando el aire fresco, el sol caluroso sobre su espalda, ejercitar sus músculos y quizá la satisfacción de hacer un trabajo honesto. Tenía un pensamiento fugaz de que debería recorrer el área para guerrilleros, pero no le preocupaba mucho. Más y más se sentía seguro, aunque su enemigo, los que querían matarlo, estaban sólo algunos cientos de kilómetros de él al otro lado de la frontera.
Después de trabajar hasta justo antes de la caída del sol, se bañó y entró a la cabaña donde su comida le esperaba sobre la mesa. De golpe se acordó su rifle, salió corriendo y fue relevado de que todavía inclinaba contra la cabaña al lado de la leña. Se volvió y se sentó en su lugar esperando a la chica antes de comer. Ella se sentó y se pusieron a comer. De la nada la chica dijo, “María Fernanda Lopez García.” Carlos le miró dulcemente y le dijo, “Mucho gusto en conocerte, María.”
Mientras los días siguientes pasaban, Carlos siguió ayudando a María en el campo, recolectando leña y preparando la comida, pero también pasaba mucho tiempo cazando. A pesar de que María podía ser mandón, Carlos se estaba relajando. En el fondo de su mente había una molestia de que no tenía un plan para volver, pero se puso a sentir gradualmente que no quería volver. ¿Como pudo? Evitaba lo que iba a pasar después de que se les acabó comida.
Un día Carlos mató a un venado y lo arrastró a la cabaña. María le mostró cómo colgarlo de un árbol, cortar el vientre para destriparlo y sacar la piel. Antes ella había recolectado hongos y bayas salvajes. Se dieron un banquete esa noche. Después se sentaron juntos fuera de la cabaña mirando arriba a las estrellas y abajo a la selva. Carlos se sentía entre dos mundos. Se hablaron de las tareas y sus planes de reforzar el techo de la cabaña y tender al campo. María le dijo, “Tenemos que reforzar las paredes también porque el invierno viene, no queremos congelarnos.” Esto hizo que Carlos pensara en su futuro y se puso nervioso. Miró a María y tocó su brazo y luego su mano cariñosamente. Ella llegó a confiar en él y aunque no entendió sus intenciones bien, aceptó su acto de bondad e intimidad. “Puedes quedarte aquí’” ella le dijo, “no es seguro volver.” “Yo lo sé, pero ¿cuánto tiempo podemos quedarnos aquí? Nos van a encontrar o vamos a morir de hambre, ¿Cuál prefieres, María?”
El próximo día Carlos empezó a reforzar el techo y insular las paredes de la cabaña. Se dio cuenta de que iba a tomar una semana o más. Bueno, tenía tiempo. Los inviernos en este lugar no eran severos, pero no quería congelarse cada noche. María le dijo que casi nunca nevó, y cuando lo hacía siempre era ligera. Carlos pasaba las mañanas trabajando en la cabaña y las tardes cazando. Ya tenían suficiente carne seca por meses, pero a Carlos le gustaba explorar las montañas y, pues, le gustaba la carne fresca mucho más. Así pasaron el verano y el principio del otoño. Temprano una mañana María lo despertó. Aunque no quería despertarse, la sensación de sus manos sintió bien, ha pasado mucho tiempo desde que una chica le tocó. “¡El maíz está listo!, tenemos que recogerlo, ¡despiértate!” Carlos no quería salir de su cama, pero la emoción de María era contagiosa. Se arrastró de la cama y la siguió hasta el campo de maíz. De hecho, estaba emocionante del pensamiento de comer maíz fresco. Trabajaron todo el día recogiendo el maíz, Carlos tenía que seguir las direcciones detalladas de María. Al terminar, Carlos anunció, “Voy a preparar el maíz esta noche.” Esto le sorprendió a María mucho porque Carlos no había levantado un dedo antes para preparar la comida. “Voy a asarlo” declaró.” “Bueno, el señor chef, primero tenemos que llevarlo a la cabaña,” María respondió.
Esa noche María y Carlos comieron bien. El maíz era rico, aunque un poco quemado. María y Carlos se hablaron de las preparaciones para el invierno. Ya había suficiente carne, tenían que enfocarse en recolectar más leña y los dos se lamentaron que se les acababa jabón, el único lujo que habían tenido. Se hablaron y aún se bromearon hasta tarde. Después de levantarse, Carlos se acercó a María y tomó su mano en suya y le dijo, “María, no hay otra persona con que quiero estar, creo que siento algo por ti.” María sonrió, algo que no hacía mucho, y respondió, “Carlos, yo también siento cercana a ti, pero somos diferentes, yo puedo vivir aquí, así para siempre, es como crecí. Pero, tu, no, vas a tener que salir.” Carlos sabía que ella tenía razón inmediatamente, que, aunque disfrutaba su vida entre la selva y las montañas, estaba contando los días. “Pero, ya decidí, podemos ir a Buenos Aires y comenzar una nueva vida.” María explicó a Carlos que nunca podría vivir en una ciudad tan grande y los dos hablaron por horas más. Carlos quería besarla, pero sabía que no sería correcto, tenía demasiado respeto para esta chica fuerte e independente. Eran compañeros en realidad, unieron por la misma fuerza, pero sólo por fortuna. Los dos se dieron cuenta de que tenían destinos diferentes a pesar del ardor que sentían dentro.
Carlos nunca tenía muchos amigos cuando era chico, tampoco logró buenas calificaciones, era un estudiante promedio a lo más. En doce años de la escuela nunca tuvo una relación con uno de sus profesores, normalmente lo regañaban por no estar listo, por no hacer su tarea, o simplemente por no prestar atención. Pero una vez logró un 4.5 en un examen, algo que nunca había logrado antes ni después. Cuando la profesora le pasó su examen graduado, con su calificación grande en rojo a la parte arriba de la primera página, le dijo a Carlos, “Buen trabajo, estoy orgulloso de ti.” Carlos se asustó que su profesora sabía su nombre porque fue las primeras palabras que ella le habló directamente. Pero, también, nunca se le olvidaron esas palabras. Después, seguramente, estudió más en esa clase.
Pasaron el invierno juntos en su cabaña que, para entonces, a ellos, les parecía bonita. Carlos talló una silueta de un venado y la colgó en la pared arriba de su colchón, quería dejar un recordatorio. María tejó un mantel para la mesa que lo hizo verse bonito. También, tenían conversaciones buenas, de cosas de que Carlos nunca había hablado y se rieron más de una vez sobre “la rendición” de Carlos. Una noche, enfrente de una fogata, cuando los dos se dieron cuenta de que estaban pasando sus últimos días juntos, María le preguntó a Carlos, “¿Quieres matar a todos los guerrilleros, quieres que el gobierno gane?” Carlos se dio cuenta de que nunca había pensado en esta cuestión, claro quería que ganara porque los guerrilleros lo hubieron matado, pero nunca era un asunto de la ideología. En ese momento realmente no tenía ni idea, sólo había aceptado que era soldado del ejército y que iba a hacer lo que le demandó sin cuestionarlo. Era lo que los mejores soldados hacían. Originalmente, cuando se enlistó a la edad de 17, creyó que podía ser un buen soldado, que iba a defender a su país, pero poco a poco se confundió. En ese momento sólo quería dejar atrás esos problemas. Sabía que nunca iba a resolverlos.
Podrías decir que los dos eran íntimos, al menos tanto como podían, les dijeron cosas que nunca dijeron a otras personas. Pero todavía había una barrera entre ellos. Gradualmente Carlos se puso a preguntarse quién era. ¿Qué significa ser soldado? ¿Es suficiente sólo ser soldado? Una vez María le preguntó, “Carlos, ¿porque siempre dices que eres soldado, una vez has dicho que eres hombre?” En ese momento no sabía lo que ella quería decir, (¿Por qué necesito decir que soy hombre? ¿No es obvio?) pero tampoco podía dejar de pensar en esta pregunta, en que representaba ser un hombre. Puede ser difícil ser intimo con una persona que no se conozca bien.
Como los días pasaron los dos dejaron de pensar en el futuro y el pasado. Estaban juntos y disfrutaron su tiempo el tiempo que compartieron. Trabajaron durante el día y se emocionaron preparar la comida, comer y hablar en la noche al lado de uno y otro. Era como un sueño. Cuando el día llegó ninguno de ellos estaban completamente listos. María ayudó a Carlos a empacar. Rellenó tanto venado seco como podía en la mochila que había hecho de piel de venado y escondió un dulce allí también que había hecho antes de jarabe de maple para esta ocasión. “¿Te vas a estar bien, María?” Carlos le preguntó, aunque sabía que era él que iba a tener más dificultades. María era capaz y fuerte, claro iba a tener éxito. Carlos memorizó la ruta, primero a Corrientes, luego a Rosario y finalmente a Buenos Aires. Quizá podría enganchar un bote. “Cuídate” María le dijo, “Demostraste que eres un buen hombre.” Otras palabras que iba a recordar para siempre. Se abrazaron y se miraron. No había mucho que decir, ya habían compartido todo, ya se entendían. Carlos se fue. No sabía que iba a hacer o cómo iba a mantenerse, sólo esperaba encontrar un mundo al que podía pertenecer.