No sabía dónde estaba o a donde iba precisamente, pero sabía claramente que no podía quedarse en este lugar. Por la posición del sol en el cielo tenía una idea de la dirección en que tenía que ir, pero realmente no sabía la ruta, si se acercaba a su destino o si se alejaba. De hecho, no estaba cien por ciento seguro de cuál era su destino. El día era caluroso, el sol fuerte, la humedad sofocante y la sed interminable. Se tambaleaba por la selva sin saber lo que el futuro le depararía. Las calles no eran seguras y por eso estaba luchando por el medio de la selva primitiva. Seguía una calle secundaria, que pensaba que iba al sur hasta la seguridad del centro de la ciudad, pero realmente estaba perdido. Si no podía encontrar a sus compañeros soldados, iban a asumir que era un traidor, un desertor. Es lo que había estado pasando por meses. Cada día, uno, dos, diez o más de sus compañeros desaparecían. Pero, ¿desertó de sus compañeros? Ya habían perdido la batalla y todos los otros soldados se habían dispersado. Tenía que sobrevivir. Siempre había obedecido todas sus órdenes, pero ya no había nadie que pudiera ordenarle. No había nada más que podría haber hecho, tenía que huir, la única otra opción era morir. Trataba de no pensar en su futuro, podría morir en las manos de los guerrilleros o ser ejecutado por su propio ejército. Mejor pensar en agua y comida, quizá algún refugio, cosas alcanzables. Ya había pasado dos días luchando por la selva y dos noches durmiendo en este infierno de calor, humedad e insectos. Escuchaba atentamente a los sonidos de la calle porque sabía que habría patrullas. En ese momento no estaba seguro si prefería ver a una patrulla de guerrilleros o a su ejército. A veces podía identificarlas por la música que retumbaba de sus vehículos, ni los guerrilleros, ni los soldados profesionales tenían mucha disciplina. Escuchó un vehículo en la calle, pero de repente frenó y paró a algunos cientos de metros de él. No podía verlo, pero no sonó amenazante entonces siguió acercándose al sonido cuando la selva se abrió a una finca. La finca era pequeña, sólo había una casa, pintada de azul, y un granero, con un rastro de pintura roja. Ninguno de ellos estaba en buena condición. Desde el borde de la selva, donde iba a quedarse hasta que todo estuviera seguro, podía ver que dos guerrilleros habían bajado de su jeep. Se hablaron y uno entró a la casa mientras el otro se quedó al lado del jeep relajado, pero todavía con su rifle listo. De repente un grito salió de la casa y el guerrillero con el rifle sonrió. Luego el otro guerrillero salió abruptamente de la casa llevando a una chica bajo su brazo, ella gritando y golpeándose con toda su fuerza, que en realidad no era mucha. El guerrillero la pasó al hombre con el rifle y volvió a la casa. El hombre siguió sonriendo y disfrutando la lucha que tenía esta chica hasta que ella jaló su pelo, luego él le dio una bofetada severa en su cara. Ahora ella estaba llorando, todavía luchando, pero no con la misma fuerza. El otro guerrillero estaba cargando el jeep con toda la comida que estaba en la casa, algunas latas, un jamón, huevos y otros víveres. Era la comida que el soldado necesitaba. El guerrillero con la chica estaba poniendo sus manos alrededor del cuerpo de la chica, sobre su cara, sus senos, lo poco que había, y entre sus piernas. Otra chica violada, el soldado sólo podía pensar en la comida y el agua. Cuando parecía que habían robado toda la comida en la casa el segundo guerrillero fue alrededor del granero y disparó su rifle dos veces. Luego apareció arrastrando dos cerdos pequeños. Después de tirarlos en el jeep, el primer guerrillero le ordenó envenenar el pozo mientras llevaba a la chica hasta la casa. El soldado se estremeció por perder el pozo, la única fuente de agua preciosa cercana. El segundo guerrillero consiguió una bolsa de algún polvo del jeep y se puso a caminar hasta el pozo. Desde la selva el soldado ya estaba apuntando su rifle al pecho del segundo guerrillero, pero sabía que no podía matarlo. No podía arriesgarse, seguramente había más guerrilleros cerca y no quería causar una alarma. Iba a esperar hasta que los guerrilleros se fueran, aunque parecía que iba a perder todo, la comida y el agua que tanto deseaba. Luego un chillido resonó de la casa, un chillido que le dio escalofríos en su columna. Sin pensar, tiró del gatillo. La bala golpeó al guerrillero directamente en el centro de su pecho como un martillo. Una neblina de sangre brotó de su cespalda. Una mirada de asombro cubrió su cara y luego se hundió al suelo. No se movería otra vez. El soldado se quedó detrás de la cubierta de la selva. ¿Qué acabo de hacer? ¿Qué iba a hacer ahora? Apuntó su rifle a la puerta enfrente de la casa y esperó. Gotas de sudor fluían por su cara. Sólo algunos segundos después el otro guerrillero salió de la puerta con toda prisa, sus pantalones todavía alrededor de sus rodillas y su rifle en su mano. Vio directamente a su compañero e iba a levantar su rifle cuando se disparó otra ronda. Otro golpe directo en el pecho y el guerrillero se cayó de bruces. Esta vez nuestro soldado saltó de la selva en el claro y primero tomó el rifle del primer guerrillero y luego pateó al otro que estaba directamente enfrente de la puerta. El guerrillero, que ahora yacía en un charco de sangre, emitió un gruñido y empezó a levantar un brazo. Sin vacilar el soldado le disparó en la base de su cráneo. Fue un acto del que estaba acostumbrado. El soldado tenía que moverse rápidamente. Era muy posible que hubiera otros guerrilleros en el área y seguro escucharon los tiros. Se volteó para entrar a la casa y apareció la chica sollozando profusamente pero también apuntando un rifle directamente a su pecho. El soldado podía haberle disparado fácilmente en este momento, pero vaciló. Ya había matado a civiles, pero siempre había un orden, o al menos había circunstancias sospechosas. Esta vez sólo era una chica, semidesnuda, llorando, apenas podía sostener el rifle y probablemente no sabía cómo usarlo. El soldado levantó sus brazos en un acto de rendición y la miró. Si iba a morir, iba a morir así, quizá sería un alivio. En vez de dispararle, la chica empezó a hablar, aunque apenas podía, “ya mataron a mi familia, ya tomaron todo…”, el soldado no podía entenderle completamente y luego ella dejó el rifle porque se dio cuenta de que no podía disparar a nadie. El soldado tomó su rifle sin una palabra, notó que ni siquiera estaba cargado y lo tiró al lado. Fue directamente al pozo. Había un cubo al lado del pozo y lo bajó para llenarlo. Lo subió y tomó tanto como podía y luego vertió el resto sobre su cabeza. El agua tibia lo refrescó y quería hacerlo otra vez, pero no había tiempo. Inmediatamente fue a los cuerpos. Puso sus armas en el jeep y arrastró sus cuerpos detrás del granero en un intento superficial de esconderlos. Luego fue con prisa a la casa para buscar más comida. Estaba hurgando los gabinetes de cocina mientras la chica le estaba gritando, “Vas a tomar todo, vas a dejarme acá para morir,” su voz estaba en el fondo de su mente, quería olvidar que ella estaba allí, que era su casa y comida. Tenía que apurarse, no sabía cuándo otros guerrilleros iban a llegar, podría ser en cualquier momento. Luego hizo algo sin pensar. Fue a los cuartos buscando ropa. Encontró ropa de un hombre, se quitó su uniforme hecho jirones y se puso jeans y una camisa. Sabía que con este acto sencillo determinó su destino. Ya no podía volver al ejército, a su barrio, ni a su familia. La chica lo seguía gritando, “¡Su ropa también! Ya lo mataron y ahora ¿quieres su ropa?” El hombre tenía que decidir lo que iba a hacer. ¿Iba a seguir caminando por la selva o iba a tomar el jeep? Fue al jeep y vio que no podía llevar toda la comida, y no podía dejar el jeep así, a simple vista. Fue alrededor del granero y encontró las llaves en la bolsa de uno de los guerrilleros muertos. Tomó toda su munición también. Volvió al jeep, pero cuando estaba a punto de subirse, la chica se cayó de rodillas, agarró su tobillo, y comenzó a suplicar, “Por favor, me van a matar, me van a violar, me van a matar, no hay nadie aquí, me van a violar.” El soldado se la sacó de encima y subió al jeep. La chica se quedó en el suelo sollozando perdidamente. Encendió el jeep e iba a irse, pero, por primera vez, vio a la chica. Sabía que ella tenía razón, que los guerrilleros iban a encontrar los cuerpos y luego al menos iban a torturarla. Ella iba a hablarles de él e iban a buscarlo. Tenía dos opciones, matarla o llevarla con él. Quizá sería una buena tapadera tenerla con él. La levantó bruscamente por su brazo y casi la lanzó en el jeep. Sabía que sólo tenía una opción, no podía matarla, simplemente no podía, pero no sabía lo que iba a hacer con ella. La regañó sin mirarla, “¡Deja de llorar!, haces demasiado ruido.” Ella trató de dejar de llorar, pero casi empezó a convulsionar. Aunque no podía tranquilizarse, estaba ligeramente aliviada de estar en el jeep, dejando detrás el único hogar que había conocido. No confiaba en este soldado, pero tampoco tenía otra opción. El soldado arrancó rápidamente y estaba manejando el jeep a toda velocidad por esta calle que en realidad no era mucho más que un sendero. Se frustró porque no podía ver mucho más de cien metros enfrente del jeep, los bordes de la selva estaban invadiendo la calle de los dos lados, parecía que iban a tragarla en cualquier momento. Sabía que iba a encontrar otros guerrilleros, que sólo era una cuestión de tiempo. Su rifle estaba listo sobre sus piernas. Estaba manejando rápidamente el jeep en una calle que no tenía salida en su territorio también con una chica menor de edad. Claro iban a pensar lo peor y si lo mataban rápidamente, sería la mayor piedad que podría esperar. No sabía qué hacer realmente, seguir manejando sería su sentencia de muerte. Caminar por la selva representaba una muerte quizá más terrible, seguramente moriría de sed o de alguna enfermedad horrible. Simplemente no podía pensar, pero la sensación de poner millas entre él y los dos muertos le obligó. “¡Dobla aquí!” gritó de repente la chica quien se había tranquilizado. El soldado rápidamente frenó. “Dobla, ¿Dónde?” pensó mientras escaneaba la selva para una salida entre una maraña interminable de plantas. “¿Quieres manejar directamente al campamento de los guerrilleros?” “Acabamos de pasar por un sendero, échalo en reversa.” La chica lo estaba mirando directamente y le estaba hablando en un tono firme que le sorprendió. Por primera vez el soldado miró a su cara. Ya no estaba llorando. Detrás de su pelo que colgaba aleatoriamente enfrente de su cara, sus ojos se vieron decididos. Su cara, cubierta de polvo, sudor y lágrimas ahora parecía diferente, quizá no tenía 15 años, quizá más. “¿¡A qué esperas!?, ¡Échalo en reversa!” Sus palabras le sacudieron y lanzó el jeep en reversa y arrancó. Después de cien metros en reversa ella le ordenó, “¡Para!” El soldado pisó de golpe los frenos. “Por allá”, la chica apuntó a una parte de la selva que parecía como una cueva negra que no era mucho más grande que la puerta de una casa. “Ándale” ella ordenó. El soldado giró el jeep y entró a la selva. Entró en un espacio que le parecía completamente oscuro hasta que sus ojos se acostumbraron. Ya no podían ver el sol por la densidad de la selva. Se dio cuenta de que le gustó la sensación de la luz del sol que no había podido sentir durante sus dos días en la selva. Iba a extrañarla otra vez.