El álamo está parado orgullosamente en una cuesta de una montaña, en algún lugar en la tierra virgen. Es un árbol entre muchos otros álamos, sobre una montaña perdida entre muchas otras. Nadie lo ha notado nunca ni lo ha visto. Es una de millones de otras partes de un paisaje grande, casi interminable.
Pero todavía es algo especial en su belleza y su fuerza. Sus raíces ocultas cavan túneles profundos por la tierra y las piedras, buscando el agua y las sustancias nutritivas que necesita. Son una base firme y fuerte. Sus ramas se extienden estirándose para alcanzar el cielo. Sus hojas de verde brillante flotan, tiemblan bailando con la brisa, suspendidas por lo que parece un hilo delgado, pero siempre dan arriba empapándose de los siempre importantes rayos del sol. Su corteza es blanca, pero lleva manchas negras de ramas perdidas y de los muchos inviernos duros que ha sobrevivido. Es una visión que aun un maestro no podría duplicar.
El álamo está entre muchos en esta arboleda, todos aferrándose a esta cuesta empinada. Es más grande que el resto. Fue uno de los primeros en crecer aquí después de la avalancha que ocurrió hace muchos años. Fue un año de mucha nieve, más de la que la montaña podía sostener. Cuando la nieve se cayó, se llevó todo. Lo que se quedó sólo era la montaña, sus piedras y un poco de tierra. Estaba completamente estéril, desafiando a la vida a que volviera. Toda la arboleda vive bajo la amenaza de otro año feroz y lo que puede llevarse. Pero no pueden pensar en otro lugar. Es su hogar a pesar del riesgo.
Desde que retoñó, su vida ha sido una carrera. Para sobrevivir, debe alcanzar el sol antes que los demás álamos. La arboleda parece una familia tranquila y bonita, parece que es sólo una cosa completamente unida, individuos viviendo juntos. Pero en realidad es una lucha en cámara lenta. Cada árbol lucha contra el resto por su espacio y su parte del cielo para que pueda recibir los rayos del sol que les dan su energía, su calor y, entonces, su vida. Claro, ha sobrevivido. Es afortunado haber tenido un comienzo temprano, una ventaja, en un lugar que puede sostenerlo. Pero, sabe que su éxito puede ser su fallecimiento. Es alto, pesado y viejo. Un viento repentino puede destruirlo en cualquier momento. El viento prefiere tomar los arboles pesados que ya no se pueden doblar. También, el relámpago siempre busca el árbol más alto. Con cada milímetro que crece, alcanza más sol, pero acepta más riesgo al mismo tiempo.
El árbol no puede ver, ni oír, ni moverse, ni pensar. Claro, es un árbol. Pero, puede sentir. Llora por cada hoja que pierde en el otoño. Se estremece contra los primeros vientos fríos del invierno. Suspira con alivio a la primera evidencia de cada primavera. Está orgulloso de sus nuevas hojas verdes en el sol brillante de verano.
El álamo tiene la paciencia y la fuerza para soportar el frío de invierno, la nieve, las tormentas, y las sequías. Son amenazas que conoce bien. Pero hay cosas que siente que no son normales. Son diferentes y son cosas para las cuales no está preparado. Primero, puede sentir el humo en el aire. No es algo nuevo, en el pasado había humo de vez en cuando. Pero ahora cada día del verano y otoño puede sentir el humo. Es diferente porque ahora es constante. Además, la lluvia ya no sabe bien. Es ácida. Ya no es pura y limpia. Y cada año hay más calor y menos agua. Es como si el mundo estuviera más cerca del sol y todo fuera a quemarse. Todo es más caliente. Todo está envenenado.
El álamo sabe que el mundo está empeorando, que las cosas han cambiado. Sabe que tenemos que hacer algo drástico. Si tan sólo la gente pudiera sentir lo que siente el álamo.