Durante las semanas siguientes Tanka vivió su vida como si estuviera en un sueño.  Montaba su caballo, cazaba con el perro y aún pasaba más tiempo hablando y bromeando con sus compañeros.  Claro, no podía hacer nada que tuviera que ver con Ayiana.  Sólo tomaba, algunas veces más de lo normal, oportunidades para visitar su pueblo donde ellos intercambiaban miradas. Vivía la vida de un guerrero nakatoka soltero.

Un día Tanka estaba sentado alrededor de la fogata comunal con otros guerreros, ajustando su arco y haciendo puntas de flecha cuando llegó la noticia.  Matolakate había anunciado el matrimonio de Arizona.  Iba a casarse con un guerrero de otro pueblo, el segundo pueblo más grande de los Nakatokas.  Claro, los otros guerreros, cuando se enteraron de la noticia, se deprimieron.   Sólo había uno o dos con esperanzas realistas, pero ninguno estaba feliz por el guerrero elegido.  La excepción fue Tanka.  Escondiendo su buen humor, Tanka se levantó y fue rápidamente a montar su caballo.  Juntos corrieron primero hacia al pueblo del novio para felicitarlo y luego, sin pensar exactamente en lo que iba a hacer, al pueblo de Matolakate. 

Cuando llegó al pueblo, podía ver a Ayiana en la distancia.  Quería fuertemente acercarse a ella y hablar sobre la buena noticia.  Quería abrazarla.  Pero no hubiera sido un acto apropiado de un guerrero.  No, Tanka sólo podía tomar el riesgo de mirar directamente a sus ojos y darle una sonrisa cómplice.  Ayiana tuvo que voltear en otra dirección para evitar sonreírle directamente en respuesta, pero todavía podía sentir el calor de su mirada fija.  Hubiera sido demasiado obvio y vergonzoso saludar a ella, entonces Tanka fue directamente al tipi de Matolakate para felicitarlo. 

Tanka montó su caballo directamente hasta donde Matolakate estaba sentado con otros líderes de la tribu.  Los guerreros estaban aceptando las felicitaciones de muchas personas mientras las mujeres preparaban todo para la celebración.  Tanka parecía imponente y carismático montado sobre su caballo y todo el mundo lo notó.  Si Tanka hubiera sido más consciente de lo que estaba haciendo, no hubiera montado su caballo así para saludar a Matolakate.  Matolakate era un hombre mezquino y fue obvio que tenía envidia del caballo.  En su opinión, Tanka lo estaba haciendo quedar mal.  Sin pensar, Tanka bajó de su caballo, caminó directamente hacía Matolakate y lo felicitó de una manera animada y honesta, pero no en una manera suficientemente humilde para Matolakate.  En ese momento la emoción de Tanka para tener una oportunidad de obtener la mano de Ayiana superó su animosidad contra Matolakate.  De todos modos, Tanka sabia que tenía que mejorar su relación con Matolakate quien aceptó de mala gana las felicitaciones y volteó a los otros lideres para evitar una conversación con este tipo que aparentemente no lo respetaba.

Tanka, todavía abrumado con esperanza, casi no notó la terminación abrupta de la conversación.  Volvió a su caballo, lo montó y galopó hacia dentro el bosque.  Tanka sentía que podía avanzar un poco su relación con Ayiana, pero todavía tenía que tener cuidado.  No quería ser inapropiado con ella, sería el fin de su relación incipiente.  Entonces, durante las semanas siguientes, Tanka, montando su caballo, visitaba el río donde la había visto antes.  De vez en cuando ella estaba allí, a veces con otras chicas y de vez en cuando sola.  Aunque nunca se atrevían a hablar, los dos estaban conscientes de la presencia del otro y de la emoción entre ellos.  Cada vez que Ayiana iba al río, sus ojos escaneaban el horizonte en búsqueda de su guerrero montado.

Tanka estaba cazando en las colinas al oeste del río.  Fue un día luminoso y uno de los primeros días calurosos del año.   De repente, divisó un ciervo macho en un prado.  No podía creer su suerte.  Era raro encontrar un macho en el verano.  Normalmente uno sólo se tropezaba con ellos en el otoño, la temporada de celo, el resto del año se ocultaban en las sombras.  Con el perro no muy detrás, Tanka, ya sudando profusamente de emoción, acosó al animal bajo el camuflaje del bosque.    Se deslizó de árbol a árbol, asegurándose quedar siempre en una posición opuesta al viento.  Temblaba con emoción.  El perro emitió un gruñido en expectativa después de notar al macho no mucho después de Tanka.  Tanka llegó al lugar desde podía hacer un intento.   Prefirió un disparo más corto, pero ir más cerca no hubiera valido la pena.  Seguro el macho lo escucharía.  Tanka levantó su arco, pero vaciló.  Tomó un momento para apreciar este animal que era más grande, más fuerte, más ágil y más rápido que él.  Estaba de pie en medio del prado.  El pasto y las flores silvestres subían por sus piernas grandes, pero no alcanzaron su cuerpo.  La majestuosidad de este animal orgulloso casi lo abrumó.  Era el arquetipo de lo que Tanka valoraba en este mundo.  Pero tenía un propósito.  Era un cazador sobre todo y rápidamente recobró su compostura.  Tanka intentó relajarse; inhaló por su nariz y exhaló por su boca, al mismo tiempo manteniendo sus sentidos en alerta y nunca dejando de mirar directamente a su presa.  Apuntó su flecha, la empujó y la disparó.  Después de volar en silencio por el aire, la flecha le pegó al macho en las costillas.  Sin saber lo que pasó, el macho vaciló un momento.  Tanka permaneció inmóvil.  Iba a agarrar otra flecha, pero el primero en moverse fue el perro quien saltó corriendo por el bosque e irrumpió en el prado ya a toda velocidad.  Al ver al perro, el macho salió corriendo también, directamente hacía la el bosque donde tendría una ventaja.  Así empezó la persecución.

Tanka sabía que posiblemente iban a perder al macho.  No fue un golpe directo al corazón.  Esperaba que la flecha penetrara el pulmón, sin embargo, iba a ser una persecución larga.  El perro y el macho corrieron, chocando por el bosque.  Tanka, conservando su energía, los siguió corriendo más lento.  El macho los llevó por el bosque zigzagueando cada vez que el perro se acercaba a él.  Tanka no podía ver evidencia de sangre y los había perdido de vista, por eso estaba persiguiendo el sonido de ramas rompiéndose y del ladrido intermitente del perro.  Tanka corrió y corrió.  Las ramas de los arboles cortaban su piel más de una vez.  La sangre fluía de su mejilla y luego su pecho.  El macho irrumpió en un claro y luego subió corriendo la base de la montaña, sus piernas poderosas e hinchadas con sangre.  Subieron y subieron, aspirando bocanadas enormes del aire enrarecido de la montaña.  Alcanzaron otro grupo de árboles pegándose a una cuesta empinada.  El macho, con el perro no muy detrás, desapreció en los árboles.  Al entrar al claro, Tanka no pudo verlos. Escaneó sus huellas, pero tuvo que ir en la dirección general que creyó que fueron, no había tiempo para rastrear con cuidado.  Corrió y corrió, esta vez cuesta arriba.  Sus pulmones estaban a punto de reventar.  Parecía que sus piernas no podían dar otro paso.  Pero de repente los vio.  Estaban inmóviles cerca de un arroyo de montaña. El macho había volteado para enfrentarse al perro.  Había corrido suficiente.  Sabía que no podía escapar de este perro tenaz.  Su cabeza se inclinó para poner sus astas, todavía inmaduras, en una posición de defenderse. Era el momento de enfrentarse a sus cazadores.  El perro sabía que sería peligroso, probablemente mortal, atacar.  Pero sabía también que sólo tenía que esperar.  El final estaba cerca.    Tanka, manteniendo al perro entre sí mismo y el macho, tomó otro momento para apreciar a este macho poderoso y valiente.  Podía ver la sangre fluyendo bajo su cuerpo y su pecho creciendo con cada aliento gigante.  Lo adoraba.  Tanka luchó para recuperar su aliento, sus pulmones todavía se quemaban.  Puso una flecha en su arco.  La apuntó directamente al corazón de esta criatura maravillosa y la disparó.  Fue un golpe directo.  Sin remover sus ojos del amenazante perro, el macho cayó de rodillas, todavía listo para protegerse con sus astas.  Vaciló en esta posición un momento y luego se desplomó sobre la tierra.  Se quedó inmóvil.  El perro lo atacó inmediatamente, pero pronto se dio cuenta de que la lucha ya había acabado.   

El macho era grande, demasiado grande para llevarlo.   Tanka se dio cuenta de que tenía que regresar por su caballo entonces se fue con prisa, dejando al perro con la matanza para defenderla.  Sabía que los lobos podrían llegar pronto y que el perro no podría defenderse contra una manada de lobos salvajes.  Después de regresar con el caballo, Tanka preparó el cuerpo y le dio al perro su recompensa, una porción grande de carne cruda porque Tanka se dio cuenta de que, sin el perro, la persecución no hubiera sido exitosa.  Tiró el cuerpo sobre la espalda del caballo, dejando espacio para sí mismo. 

Tanka sabía dónde iba a ir.  No era algo en lo que pensaba conscientemente.  Sus instintos tomaron control. Entonces en vez de ir a su pueblo donde siempre había llevado sus matanzas previas, fue directamente al pueblo de Matolakate. Un macho sería un regalo impresionante.  Un regalo que seguramente ganaría la gracia de Matolakate, un paso importante en la búsqueda de la mano de su hija.

Después de llegar con su matanza fresca, Tanka montó a zancadas orgullosamente en el pueblo.  Tanka, todavía joven, creía que demostrar su poder, sus habilidades como cazador, aumentarían sus chances con Ayiana.  No se dio cuenta de que un poco de humildad hubiera sido mejor.  Montó en círculo en el centro del pueblo, echando un grito de exaltación y dejó caer el macho enfrente del tipi de Matolakate y, en un florecimiento, salió corriendo hasta el bosque.

Matolakate no estaba en su casa para ver el espectáculo de Tanka, pero se enteró de la impresión que hizo Tanka sobre su pueblo.  Todo el mundo del pueblo estaba hablando de que tan impresionante fue Tanka y su caballo.  A Matolakate, la admiración de su gente para Tanka le daba mucha pena.  Tuvo que fingir la felicidad por una caza exitosa, pero, casi no podía aguantar la emoción del pueblo. Dentro, estaba rabiando de envidia.

Matolakate tenía que saber porque recibió un regalo tan importante de un tipo joven que odiaba.  Claro, sus pensamientos fueron a su familia.  Primero, fue a Arizona, su recién casada hija y demandó si ella sabía algo. “No sé nada papá, tal vez deberías preguntarle a Ayiana.”  Fue todo lo que necesitaba.  Fue directamente a Ayiana y demandó una explicación.  Ayiana inmediatamente empezó a llorar, no podía decir nada, dando a Matolakate la evidencia que necesitaba. Matolakate enfureció con la idea de que su bebé podía tener una relación con este debilucho y sin pensar golpeó a Ayiana en la cara, enviándola despatarrada y llorando en la tierra.  Fue un acto terrible aún para la vida dura de los Nakatokas.

Luego Matolakate, todavía completamente fuera de control por su ira, reclutó a dos de sus compañeros.  Los tres llevaron el macho hasta el pueblo de Tanka.  Cuando llegaron, lanzaron al cuerpo en la tierra enfrente del tipi de la familia de Tanka, con casi el pueblo entero mirando.  Matolakate anunció a todos, “Matolakate no recibe regalos de cobardes y sólo los cobardes cortejan a las niñas.”  Fue un acto extremo.  Fue un reto de consecuencias potencialmente mortales.  Un guerrero nakatoka no podía aceptar un acto de falta de respeto tan grande.

Tanka miró todo.  No podía creer lo que veían sus ojos.  Su acción de regalar algo a Matolakate claro tenía el efecto contrario de lo que deseaba.  Sentía que había perdido todo.  Sus emociones se hincharon y lo abrumaron.  Echó un grito primitivo y salió corriendo directamente hacia Matolakate.   Enfurecido fuera de control, Tanka quería matar a este monstruo.  Iba a atacarlo sin pensar en las consecuencias, pero en seguida dos compañeros y su papá lo taclearon y lo sostuvieron en la tierra.  No iban a dejarlo luchar contra el jefe más importante de los Nakatokas. 

Matolakate los miró con repugnancia.  Este joven débil, inmaduro y cobarde no tenía una chance contra un guerrero como él.  Esperaba para ver si Tanka lo desafiaría, pero su papá no lo dejaría.  Con toda la indignidad de la que podía hacer acopio, Matolakate le dijo a todo en el pueblo que en ese momento todo el mundo sabía que Matolakate era el líder y que nunca aguantaría otro insulto así.  Si veía a Tanka cerca de su hija Ayiana, le mataría.  Todo el mundo en el pueblo lo tomó en serio.  Sabían que su amenaza era real. Esperaban que Tanka se tranquilizara y olvidara lo que hizo Matolakate.  Matolakate se fue, seguro de que había demostrado su dominio.

El papá de Tanka nunca lo dejó solo por algunos días siguientes.  Hablaba mucho con Tanka de que sería mucho mejor olvidar lo que había pasado, que podía estar feliz sin venganza, que pasaría con el tiempo.  Al principio Tanka discutía y juraba que iba a obtener su venganza.  Pero poco a poco parecía que Tanka estaba relajándose.  En realidad, estaba harto de escuchar las voces racionales.  Sabía que no podía vivir en vergüenza, ni sin Ayiana.  No podía vivir en la manera en la que su papá había vivido, escondiéndose de Matolakate toda su vida.  Nadie sabía lo que estaba pensando.  Estaba planeando lo que iba a hacer.  Tanka era guerrero nakatoka.  Nunca iba a obtener el respeto de la gente si no hacia nada.  El respeto era lo mas importante para los guerreros.

Claro, Tanka no podía dejar de pensar en Ayiana tampoco.  Cada día que la veía, su amor crecía.  Bueno, cada día que no la veía, su amor crecía.  Su corazón latía por ella.  Ningún momento pasó sin pensar en ella.  Pero, Tanka no tenía un plan porque no sabía cómo resolver su dilema.  Claro tenia que desafiar a su papá.   Pero, ¿podía Ayiana amar a la persona que había matado a su papá?

Finalmente, un día, Tanka decidió que ya no podía vivir con la vergüenza que Matolakate le dio.  Montó su caballo y habló con dos de sus guerreros compañeros y, en la costumbre de los nakatokas, anunció que iba a desafiar a Matolakate.  Iba a ser una lucha a muerte.  Los dos guerreros fueron al pueblo de Matolakate para entregar la noticia.  Cuando la familia de Tanka se enteró, su mamá y hermanitas comenzaron a llorar.  Era posible oír sus gritos por millas.   Su papá sabía que ya no podía hacer nada para detener a su hijo.  Era demasiado tarde.  Se sentó y lloró en silencio.  Su papá había visto muchos desafíos, algunos de sus amigos más cercanos murieron así.  Nunca habían terminado bien.  Solo habían resultado en dolor.  No había victoria en un desafío.

Tanka fue hasta el bosque para prepararse.  Normalmente el pueblo se emocionaría sobre la expectativa de una lucha mortal entre dos guerreros.  Todo el mundo iría y miraría.  Pero había un poco de tristeza esta vez.  Tanka era un guerrero querido.  Nadie quería verlo morir.  Matolakate, aunque era mayor, todavía era un guerrero feroz, fuerte y experimentado.   Tanka era joven y si, tenía éxito contra los guerreros de otras tribus, pero aun así era delgado y claro no inspiraba tanto temor como Matolakate.

En el pueblo de Matolakate, los compañeros de Tanka anunciaron el desafío.  En la manera de los nakatokas, tiraron una lanza a los pies del jefe.  Matolakate la recogió y la rompió en dos partes.  La señal de su aceptación.  Fue el momento que esperaba, ahora podía deshacerse de ese fastidio.  Ayiana vio todo.  Podía sentir la determinación, la lujuria de sangre, en los ojos de su padre.  Iba a matar a Tanka, el objeto de su amor intenso.  No importaba lo que iba a pasar.  Ayiana iba a perder, a su papá, a su amor, probablemente a los dos.  Sabía que tenía que hacer algo.  Se fue corriendo hacía el bosque.

Tanka, montado en su caballo, tuvo que escaparse de los gritos de su familia, de la angustia de su pueblo.  Tuvo que prepararse para su batalla.  Estaba listo para pelear, quería fuertemente tomar venganza contra el enemigo de su papá y el que lo avergonzó.  Pero, había un poco de remordimiento en su corazón.  No podía aguantar no estar con su amor Ayiana.  De todos modos, ya no tenia una opción.  Iba a pelear.

Cuando la hora llegó, Tanka empezó su viaje.  Hizo que su caballo caminara lento, pero con propósito hasta el pueblo de Matolakate.  Empezó a recoger toda la determinación que podía encontrar.  Intentó no pensar en Ayiana.  Estaba enfocándose en una cosa: la pelea.  Luego, vio arriba, había algo en el sendero, “¿es un espejismo? se preguntó.  Pero el espejismo se volvió real, muy real.  Era Ayiana, corriendo, llorando hacia Tanka.  Tanka bajó de su caballo y corrió hacia ella.  Los dos chocaron en un abrazo apasionado.  Su primer abrazo.  Tanka, casi llorando también, susurró una y otra vez, “¿Qué haces, que haces mi amor?”  Ayiana simplemente lloraba, sosteniéndolo fuerte.  No quería dejar de estar en sus brazos.

Finalmente, Ayiana se compuso lo suficiente como para hablar.  Miró a Tanka directamente a los ojos y le dijo “No puedes, no puedes pelear con mi papá.  No quiero perderte.  No quiero perder a nadie.”  Tanka, para entonces ya llorando, sólo podía decir “te quiero, te quiero, pero no hay opción.”  Luego Ayiana dejó de llorar y en una voz clara le dijo “si, tenemos una opción.  Tómame.  Llévame donde podamos vivir juntos.  Vámonos lejos de aquí, mi querido.”  Tanka ya no podía pensar en su pelea ni en Matolakate.  Sólo podía pensar en la chica bella, fuerte y valiente enfrente de él.  Si, escapar con ella era una opción, pero era drástica.  No había un lugar donde podían estar seguros.  La región estaba llena de tribus peligrosas, listas para matar a Tanka y tomar a Ayiana como esclava.  Además, escapar de Matolakate sería difícil, aún con su caballo.  No, tendrían que cruzar las montañas, algo que ningún nakatoka había hecho antes.  Los dos miraron en la dirección de las montañas.  Ayiana le dijo, “Prefiero morir contigo en las montañas que perderte en las manos de mi papá. Los dos se dieron cuenta de lo que iban a hacer, a pesar de los riesgos. 

Tanka tomó su mano y la guio al caballo.  Lo montó y luego la levantó sobre el caballo detrás de él.  Se enfrentaron a las montañas y pararon un momento.  No sabían exactamente lo que iban a experimentar, solo sabían que tenían que estar juntos.

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