((Nota: Cambie el titulo desde El guerrero a El cazador de ciervos)
Tanka sabía que les faltaban muchas cosas que iban a necesitar para su viaje. Aunque no estaba pensando claramente, sabía lo que debería hacer. Entonces los dos, montados en el caballo, corrieron de vuelta hasta el pueblo de Tanka. Cuando llegaron, no había muchas personas, casi todo había ido al pueblo de Matolakate para ver el desafío. Sólo los ancianos y niños se quedaron. Tanka sabia que tenía poco tiempo y fue con prisa al tipi de su familia y recogió una hacha, algunas pieles y bolsas de carne seca, nueces y frutas. Sería suficiente para los próximos días.
Después de irse del pueblo, fueron directamente hasta el río. Tanka sabía que Matolakate podía rastrearlos fácilmente, especialmente con el caballo, entonces fueron directamente hasta el río. Fueron río arriba, donde había menos personas. Después de algunas millas así, tomaron un afluente que iba directamente hasta las montañas. Tanka conocía esta área bien, era el sitio de muchas cazas, pero al mismo tiempo sabía que era familiar para muchos de sus compañeros también. Después de más o menos dos millas el afluente se volvió pequeño y lleno de piedras grandes. Para que fuera más difícil ver sus huellas, salieron del afluente en un lugar donde las piedras forraban la orilla y comenzaron a montar alrededor del lado de la montaña.
A lo largo de esta etapa inicial de su fuga, Ayiana montaba el caballo detrás de Tanka con dos brazos alrededor de su cinturón. Inclinó la cabeza sobre su espalda. Lo sostenía fuertemente, quería encerrarse en su cuerpo. Trataba de no pensar en lo que pasaría si su papá y los demás los atraparon. No podía pensar en esto. Era una chica y, aunque subestimaba lo que pasaría, todavía era impensable. Tanka se enfocaba en la fuga, esto dejó que no pensara en la locura en que se metió. Sabía que necesitaría usar todas sus habilidades para evadir a Matolakate quien iba a estar muy decidido en recuperar a su hija. Sentía los brazos de Ayiana alrededor de su cinturón y le daban confort. Claro los dos estaban muy preocupados.
Una vez dentro del bosque, Tanka empezó a hacer más maniobras evasivas. Fue en un círculo, corrió en una dirección paralela y siguió arroyos cuando los encontró. Pero sabia que su ventaja era el caballo, que sus maniobras sólo retrasarían sus perseguidores. El caballo los dejó ir más rápido que los otros guerreros podían correr, especialmente con Ayiana que claro no podía correr tan rápido ni larga distancia que un guerrero. Después de algunas horas Tanka notó que el caballo se cansó, estaba yendo un poco más lento. Entonces lo dejó tomar agua de un arroyo y luego lo bajó para correr a su lado sosteniendo las riendas. Tanka y Ayiana tomaron un poco de agua también. No se hablaron. De hecho, no dijeron una palabra después de salir del pueblo de Tanka. Los dos se dieron cuenta de que tan serio era lo que estaban haciendo. No fue tiempo para una cháchara. Sabían que sus palabras serian demasiado vacía en comparación a lo que estaban haciendo. No podían encontrar las palabras para expresar su emoción.
Anduvieron y anduvieron, aún después del atardecer. Sólo cuando no podían andar más, pararon. Ayiana estaba a punto de caerse del caballo, pero no dijo nada. Tanka sabía que sólo podían dormir algunas horas y claro no podían hacer una fogata. Comieron un poco de comida seca. Tanka apiló algunas agujas de pino y hojas secas para una cama para Ayiana. Algunos pies de distancia de ella, hizo lo mismo para sí mismo. Los dos se acostaron, enfrentándose. Estaban mirándose en la oscuridad y el silencio de la noche. Ayiana no podía mantener sus ojos abiertos. Pero no podía cerrarlos tampoco. Sin una palabra, se levantó y se acostó al lado de Tanka. Se durmieron encerrados en cada uno de sus brazos.
Tanka se despertó con un sobresalto. Oyó algo en la oscuridad del bosque. Se arrodilló. Estaba mirando al bosque, pero no podía ver nada. Luego oyó algo caminando directamente a ellos. Tanka preparó su cuchillo, estaba listo para golpearlo. Se estaba acercando a ellos desde el lado de Ayiana. Pero fue en una manera deliberada, como no estaba tratando de ocultar su presencia. ¿Era un hombre, un animal? Estaba justo al lado de Ayiana, Tanka estaba a punto de apuñalarlo, pero luego, el animal se acostó tranquilamente y parecía que se durmió. En un instante, Tanka se dio cuenta de que era el perro. Los había encontrado. Tanka respiró un suspiro de alivio. Qué familia, pensó: un guerrero, una chica, un caballo y un perro.
Los dos siguieron así cuatro días más. Estaban volviéndose un poco mas cómodos, no hubo ninguna evidencia de Matolakate ni otros guerreros nakatokas. Tanka sabía que todavía estaban persiguiéndolos, pero con el caballo sabía que con cada día sus chances mejorarían. Los días eran largos y las noches se estaban volviendo más y más frías. Casi el camino entero era cuesta arriba. Podían sentir que el aire estaba volviéndose más enrarecido. No estaban comiendo mucho, tenían comida sólo para algunos días más. El caballo podía comer pasto en los prados. El perro tendría que encontrar su propia comida. Había bastos arroyos que les proveían agua. El cuarto día se enfrentaron a una montaña grande cubierta de nieve aún en el medio del verano. Tenían que decidir lo que iban a hacer. Iba a ser imposible subirla. Tenían que elegir entre ir al sur o al norte. Tanka eligió ir hacia el sur, parecía que la tierra era estéril, no había muchos árboles y la tierra estaba llena de piedras, pero hacia el norte parecía como una línea de montañas cubiertas de nieve interminable. Subieron caminando por horas, casi todo el día hasta que llegaron a la cima del paseo. Tanka había esperado que hubiera una tierra más acogedora más allá de esta cordillera, pero desde este lugar estratégico, casi sólo podía ver más montañas. Se dio cuenta por qué los Nakatokas nunca habían cruzado las montañas. No iba a ser fácil.
Tanka proyectó su rumbo. Inmediatamente delante de ellos estaba un valle con un río en el medio rodeado por árboles. Iban a seguir este río por dos o tres días y luego tendrían que cruzar más montañas. Bajaron hasta el valle y caminaron al lado del río. Ayiana cambió entre montar el caballo y caminar. Tanka sólo caminaba. El perro a veces estaba cerca, a veces se iba por su cuenta. Después de cruzar dos montañas en seis días, se estaban relajando un poco. Los días eran largos, pero eran nakatokas, podía aguantar aún más.
Una mañana, después de dormir cerca del río, Ayiana se desvistió y fue para el agua para bañarse. El agua estaba fría, pero se sentía bien limpiar su piel cubierta de polvo. Levantó sus brazos al cielo y rezó. Rezó para sobrevivir. Rezó por Tanka. Rezó para ser una buena mujer. Mientras se estaba bañando, vio arriba a Tanka que estaba de pie en la orilla. Tanka estaba mirando a esta criatura bella, estaba maravillándose por ella, su piel mojada reluciendo en el sol. ¿Cómo ella podía haberlo elegido? ¿Cómo podía haber tenido tanta suerte? Estaba rodeado por la belleza de montañas grandes y un cielo perfectamente azul, pero la única cosa que podía ver era ella. Se desvistió, entró al río y se le acercó. Estaba de pie enfrente de ella. En silencio se cepilló su pelo con su mano, tocó su hombro y miró el agua fluyendo sobre su piel. Lo que sintieron en ese momento fue algo surreal. Se dieron cuenta de que se pertenecían juntos, juntos para la eternidad. Ayiana le susurró, “Hoy, Tanka, somos un hombre y una mujer.”
Siguieron este río durante tres días. Estaban caminando cuesta arriba y el rio se disminuía cada día. Para entonces sólo era un arroyo entre dos montañas grandes. Durante los días Ayiana había recolectado bayas negras salvajes. En la noche los molió en una pasta negra. Luego se acercó a Tanka y se sentó su lado. Tomó su mano y, con una espina, empezó a tatuar un símbolo sobre la parte posterior de su mano. Era una representación del sol sobre una montaña. Tanka se sintió en silencio aguantando el dolor. Luego Tanka hizo lo mismo a Ayiana. Cuando terminaron, se miraron un momento. Rompiendo el silencio cómodo, Tanka le dijo, “Te amaré para siempre.” Y Ayiana en respuesta le dijo, “Y yo a ti, Tanka, guerrero de Los Nakatokas.”
Tanka y Ayiana se acomodaron por la noche después de comer un poco de su decreciente comida. Los dos estaban conscientes de que se les iba a acabar la comida dentro de algunos días. Se tranquilizaron con sus estómagos todavía casi vacíos cuando en seguido el perro irrumpió en el campamento. Tanka miró al perro, luego más sarnoso que nunca, con algo en su boca. Después de mirar más cerca, Tanka se dio cuenta de que ¡era un conejo! Un conejo grande también. Tanka y Ayiana se miraron. Los dos se dieron cuenta de lo que el otro estaba pensando. ¿Podían encender una fogata? Fue una opción comer el conejo crudo, pero sabían que sería mucho mejor cocinarlo. Tanka miró alrededor. Había muchos lugares desde los cuales sus perseguidores podrían verlos. Estaban en un valle rodeado por montañas entre árboles, pero había no suficientes para ocultar una fogata. Tanka estaba pensando sin notar que Ayiana se había ido. Ella regresó con un montón de ramas en sus brazos. Las dejó enfrente de Tanka. Sin decir nada, Tanka empezó a encender una fogata. Ayiana preparó el conejo. Cocinaron y disfrutaron cada bocado de esa carne deliciosa que era la primera carne fresca que habían comido en mucho tiempo. Dieron algunas sobras al perro y guardaron el resto. Tanka inmediatamente apagó la fogata. Durmieron bien esa noche.
En la mañana Tanka se despertó temprano y exploró su ruta. Se dio cuenta de que iban a entrar a un área donde había muchas montañas y pocos árboles. De hecho, sólo podía ver piedras adelante. Sabía que habría pocas presas. Entonces, con un susurro en su oreja, Tanka despertó a Ayiana y le dijo que iba a ir y cazar, que iban a necesitar más comida para su viaje. Ayiana gruñó en respuesta y volteó a su otro lado para seguir durmiendo. Tanka se fue, con el perro no muy detrás, hasta el bosque.
Fue un día largo y cuando Tanka regresó con las manos vacías, le dijo a Ayiana que no tenía suerte. Ayiana lo miró y le respondió, “bueno, se útil y enciende una fogata mi gran cazador nakatoka.” Tanka la miró con sorpresa. Ella sabía que no podían permitirse encender una fogata para nada. Luego, con una sonrisa grande, Ayiana le mostró cinco pescados de buen tamaño. Ella había ido al río y había pescado exitosamente. Tanka, casi delirante de felicidad, cantó una canción y bailó alrededor de ella, llamándola la gran pescadora de las montañas. Los dos se rieron hasta que se cayeron en cada uno de sus brazos.
Estaban felices esa noche. Tenían comida, tenían a sí mismos. Estaban solos en el mundo y la única cosa que necesitaban era a sí mismos. Pero las semanas siguientes iban a ser duras. Subían y bajaban montaña tras montaña. Muchas veces alcanzaban un lugar donde no podían pasar. Luego tendrían que regresar millas para encontrar otro camino. Aunque Tanka podía matar algunos ciervos, nunca tenían suficiente comida. Había agua, pero había días sin ello también. El perro y el caballo parecían como esqueletos. Tanka y Ayiana no parecían mucho mejor. Cada día era largo, cada noche hacia más y más fría. Ayiana trataba de no pensar. Simplemente se enfocaba en el próximo paso, creía que siempre y cuando pudiera tomar otro paso, sobreviviría. Parecía que el resto del mundo era montañas, que nunca iban a encontrar un lugar mejor. Tanka pasó días preguntándose porque creía que iba a haber un lugar diferente. A veces pensaban que no podían andar más, que iban a morir.
Los días se convertían en semanas, las semanas en meses. Cada montaña parecía igual. ¿Iban en círculos? ¿Habría un fin? Perdieron la noción del tiempo. Sin decirlo, los dos se dieron cuenta de que no podrían sobrevivir un invierno en las montañas, que morirían. Si no murieron de hambre, morirían del frio. Luego un día, subieron otra montaña y con la esperanza de ver sólo más montañas como lo que había pasado docenas de veces antes, vieron la más bella cosa que habían visto en sus vidas. Había un valle con árboles, prados, arroyos y un rio directamente enfrente de ellos. Mas importante, no había más montañas más allá del valle. Los árboles ya estaban comenzando a cambiar de colores y después de sólo ver piedras por muchas semanas la visión de esos colores era espectacular. Se abrazaron. Lloraran lágrimas de felicidad. Lo que vieron era vida, una vida nueva.