El Fotógrafo -poesía en filipino de Romulo P. Baquiran, Jr. (“Potograpo”) -traducción al español de Anthony de la Cruz Caigo en la cuenta de que son muchos los enigmas en los que encajan mis paisanos. Pocas veces estos se destacan pero a la hora de enfocarlos, sobresalen clarísimos: son retratos realizados que siguen capaces de dar un susto a mi ojo, así como al rayo que me lo roza en la apertura de mi cámara vieja. ¿Es así como ocurre? ¿En cuanto oscurece en la mente, se ponen a esclarecer una tormenta de lo cortante y un diluvio de balas? ¿Una vez que se avivan los oídos, empieza a derramarse la sangre? ¿Era buena gente la madre pero cuál fue lo que se le impulsó los brazos a agarrar el palo de dos por dos para golpear a ciegas la caja chiquilla del cráneo de su hijo menor? ¿Es que la desapegada violencia de Juan no pudo reconocer a Maria quien ya no tenía en donde meter sus abnegaciones por lo que trató de marcharse sin mirar hacia atrás y sin despedirse? Fue el acariciar del picahielo una docena de veces el que se lo suplicó a ella. El incomprensible pozo de su disgusto que traía su auto evolución ese día fue el que estrujó el corazón del delicado Herminio: aquel domingo había sido regañado por su padre que volvía de la iglesia, por la noche se ahorcó el hijo en el pozo por detrás de la casa y luego al amanecer, el lente de mi aparato acertó en capturarle a él que se había estado como abultado y cuyos los labios se habían vueltos azulados cuando lo alzaron, entonces sin la sonrisa que había brotado en ello el día de su cumpleaños. A uno se le acuchilló de súbito en el tronco por ahí en la esquina cuando se involucró sin querer en la bronca de los haraganes, llevaba en la mano como si fuera ropa sucia sus tripas que se le soltaban y bamboleaba rumbo al hospital cercano para que le cosieran el ombligo que se le desató, lo cual demostraba la fortaleza de su barriga. El conductor del triciclo a mano les golpeó con un tubo al dueño y a su puta de rechiflar o en el medio de las tinieblas o en el asomo del alba, lo que produjo dos cadáveres en saco tirados entre la porquería que en la habitación que a los tres días emitió la pestilencia de aquella delincuencia inundando la nariz del vecino como para incitarlo a llamar a la policía. En la cámara, los ojos descompuestos piden la justicia. Quedaban abrazados como una escena en los monumentos célebres los dos hermanos a los que no consiguieron rescatar el padre que se puso frenético ante el infierno que tragó la fila de las chabolas. Era una figura torpe la silueta de ser humano que recuperaron del polvo humeante y que llegó a envolver el flash de mi cámara que el humo había calentado. A continuación, no hay en absoluto quien compareció para recoger el cuerpo bien magullado del anciano que cruzaba en la autopista recién asfaltado, ninguno sino los del hospital que deseaban hacer un estudio acerca de cómo transformaban el cuerpo humano la edad y los accidentes de tráfico, a utilizar los médicos y enfermeros principiantes. ¿Es gracias a mi cámara bien experimentada que las malaventuras de la vida resultan cazadas o más bien percibidas y arregladas como documentación archivada, eso que es un pedazo de la cara de la parroquia?