Escribir, durante estos años, me ha dado la posibilidad de existir, y si alguien ha esperado que vivir en una situación dificilísima pudiera inducirme a esconder mis palabras, se ha equivocado. He escrito en una decena de casas diferentes. Todas muy pequeñas y oscuras. Las habría querido más amplias, luminosas, pero nadie me las alquilaba. No podía ir a buscarlas y tampoco decidir a solas donde vivir. Y si se hacía conocido que yo estaba en aquella calle tenía que mudarme enseguida. Es la situación de muchos que viven en mis condiciones. Te presentas para ver el piso que a duras penas los policías han seleccionado, pero en cuanto el dueño te reconozca, la respuesta es siempre la misma: "Me entienda, aquí la gente tiene miedo". Sin embargo al lado de este miedo, cobarde cobertura para no ser incluídos en una parte - la mía -, han estado los gestos de muchos que no conocía, que me han ofrecido un refugio, una habitación, amistad, calor. Y aunque a menudo no he podido aceptar sus propuestas, también he escrito en aquellos lugares acogedores y llenos de cariño.

Más a menudo aún he escrito en cuarteles. Mientras fuera intuyes movimiento, hace sol, ya es verano. Sabes que, si pudieras salir, en cinco minutos estarías en la playa. Pero no puedes hacerlo. Sin embargo puedes escribir. Debes y quieres seguir.

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