Una vez, durante este trimestre, fui a buscar un artículo para mi clase de lingüística. Tuvimos que leerlo y escribir un resumen. Parecía bastante fácil y fui a la biblioteca con ganas de terminarlo pronto. Tuvimos que escoger nuestros artículos desde una lista que la profesora nos presentó en la clase. Con mi papelito que tenía el nombre de la revista profesional y los autores del artículo, llegué al escritorio de la bibliotecaria y pregunté si podía prestarme la revista que necesitaba. Ella me miraba con una cara de irritación y me preguntó por la edición de la revista. Miré mi papel, pero no lo encontré. ¡No lo había escrito! Habían tantas opciones y no pude recordar cual era. La bibliotecaria, una mujer rubia y pequeña, levantó de su silla, me miró los ojos, y preguntó con una voz bajísima, “¿Es que no tienes el numero? ¿Como vamos a encontrarla? ¿Acaso piensas que podemos adivinarlo?” En este momento la bibliotecaria parecía un gigante que quería matarme. Quedé asombrada, sin nada que decir, cuando escuché una voz cerca de la estantería. Su asistente acercó con una sonrisa y una revista en sus manos. “Aquí esta. Solo había una edición.” Me la prestó, lo di las gracias, y fui corriendo por la puerta. No quiero hablar más con la bibliotecaria. 

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