¡Qué felicidad es despertar por las mañanas oyendo tu risa de niño pequeño! Mientras te sostengo en mis brazos, para que veas el amanecer sonrosado a través de tu ventana preferida, me preguntó cómo hicimos, mamá y yo, para vivir por tantos años sin tu presencia, tan pequeña y tan enorme al mismo tiempo. Los árboles verdes cubiertos de rocío, el viejo gato pelirrojo del vecino, las palomas que anidan en el techo de enfrente; todo despierta tu curiosidad y te impulsa a levantar el índice y preguntar, con una palabra que no es aún palabra: ¡Papá, qué es eso! Hijo, cuánto miedo tengo de no saber como allanarte el camino o protegerte de las tempestades que inevitablemente nos golpean en la vida. Tal vez no pueda resguardarte de todos los peligros. Tal vez no sea eso lo que, al fin y al cabo, pueden hacer los padres por los hijos. Tal vez lo único que podemos hacer, lo único que puedo hacer yo por ti, es tomarte de la mano y decirte que sin importar qué suceda, estaré aquí para caminar a tu lado. 

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