El safari no era un asunto sencillo porque recientemente había habido muchos cambios en el África Oriental. El cazador blanco había sido uno de mis amigos íntimos desde hacía varios años. Yo lo respetaba más de lo que había respetado a mi propio padre y él tenía una inmerecida confianza en mí, la cual yo anhelaba justificar en algún momento, de alguna manera. Él me enseñaba dejándome hacer y cuando yo cometía un error, me explicaba en qué había errado. Si en lo subsiguiente evitaba repetir el error, me explicaba aún más sobre el mismo tema. No obstante, él era un nómada y yo presentía que se acercaba el momento en el que nos abandonaría para volver a su granja. Él era un hombre complejo dotado de un coraje excepcional, de todas las debilidades que pueden catalogarse como virtudes, y de un sutil y profundo entendimiento de la naturaleza humana. Sentía una devoción completa hacia su familia y su hogar, pero por alguna razón prefería vivir alejado de ambos. No obstante, no me cabía la menor duda de que adoraba a su mujer y a sus hijos.
"¿Qué te sucede? ¿Cuál es el problema"?
"Temo cometer un error cuando se trate de lidiar con los elefantes."
"Ya aprenderás".
"¿Tienes algo más que decir al respecto?"
"Que sepas que todos saben más que tú, pero que eres tú el que debe tomar las decisiones, y debes hacerlas acatar. Deja que Keiti se encargue del campamento y de esas nimiedades, y tú da lo mejor de ti."
Amo estar al mando porque me parece que es la amalgama perfecta entre esclavitud y libertad. Puedes disfrutar de tu libertad, y cuando ésta se torna peligrosa, puedes escudarte en tus deberes. Por muchos años, yo no había dado órdenes a nadie excepto a mí mismo y esto me había agobiado. Me conocía demasiado bien y mis debilidades me ofrecían poca libertad y muchos deberes.
Algún tiempo atrás, había leído con desagrado varios libros escritos acerca de mí por gente que creía saberlo todo sobre mi vida interior, mis motivos y aspiraciones. Leerlos había sido como leer la narración de una batalla en la que has participado, escrita por gente que a un tiempo había estado presente y no había aún nacido. Toda esa gente que escribía acerca de mí lo hacía con el absoluto convencimiento de que yo no había sentido jamás nada.
Por espacio de varios años, me había referido a mi amigo y maestro como "Pop". Él me llamaba de la misma manera. Al principio, unos veinte años antes, cuando yo había comenzado a llamarlo "Pop", él lo había consentido con la condición de que esta pequeña falta de buenas costumbres no ocurriera en presencia de otras personas. Sin embargo, cuando cumplí los cincuenta, edad en la que me convertí en uno de los ancianos de la tribu, a él se le dio por comenzar a llamarme "Pop", tal como yo lo hacía con él. Esta era una gran lisonja, fácil de conferir y mortal en el caso de que fuese retirada. No quisiera imaginar una situación, o más bien no quisiera sobrevivir a una situación, en la que me viese forzado a llamarle, en privado, por su nombre de pila, o en la que él me llamase por mi nombre de pila.